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Vacunas: evidencia científica vs teorías conspirativas

Las vacunas representan uno de los mayores avances de la medicina moderna, responsables de salvar millones de vidas anualmente y de la erradicación de enfermedades devastadoras como la viruela. Sin embargo, a pesar de su probada eficacia y seguridad, las vacunas se han convertido en centro de numerosas teorías conspirativas y desinformación, especialmente con el auge de internet y las redes sociales. Este fenómeno ha cobrado especial relevancia en España, donde movimientos antivacunas han ganado presencia en el debate público durante los últimos años.

Este documento pretende abordar, desde una perspectiva científica y documentada, los principales mitos y realidades sobre las vacunas, ofreciendo al lector las herramientas necesarias para formar una opinión informada basada en evidencia contrastada y no en rumores o teorías sin fundamento científico. Para ello, recorreremos la historia de la vacunación, explicaremos su funcionamento, analizaremos su seguridad y efectividad, y desmentiremos las principales teorías conspirativas relacionadas con ellas.

Historia de la vacunación: de la variolización a la inmunologia moderna

La historia de la vacunación es anterior al propio concepto de «vacuna». Las primeras prácticas de inmunización documentadas se remontan a la China del siglo XI, donde se practicaba la variolización, consistente en la inoculación de material de pústulas de viruela en personas sanas para generar inmunidad. Esta práctica llegó a Europa en el siglo XVIII gracias a Lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador británico en Constantinopla.

Sin embargo, el verdadero punto de inflexión llegó en 1796, cuando el médico rural inglés Edward Jenner observó que las ordeñadoras que habían contraído la viruela bovina (o vaccinia, de ahí el término «vacuna») parecían inmunes a la viruela humana. Jenner inoculó a un niño con material de una pústula de viruela bovina y, posteriormente, le expuso a la viruela humana, demostrando que había desarrollado inmunidad. Este experimento, aunque éticamente cuestionable según estandares actuales, marcó el nacimiento de la vacunación moderna.

El siguiente gran avance llegó de la mano de Louis Pasteur en el siglo XIX, quien desarrolló vacunas atenuadas contra el cólera aviar, el ántrax y la rabia, estableciendo las bases científicas de la inmunología. Pasteur demostró que los microorganismos debilitados podían utilizarse para inducir inmunidad sin causar enfermedad.

Durante el siglo XX, la vacunación experimento un desarrollo exponencial con la aparición de vacunas contra la difteria (1923), la tosferina (1926), el tétanos (1927), la tuberculosis (BCG, 1927), la fiebre amarilla (1935), la polio (Salk, 1955; Sabin, 1962), el sarampión (1963), las paperas (1967), la rubéola (1969) y la varicela (1974), entre muchas otras.

Este esfuerzo constante ha permitido logros históricos como la erradicación global de la viruela (declarada en 1980 por la OMS) y la casi eliminación de la poliomielitis, que ha pasado de afectar a más de 350.000 personas en 1988 a apenas unos cientos de casos anuales en la actualidad.

Calendario vacunación infantil España actualizado
Calendario vacunación infantil España actualizado. Imagen: Sanidad.gob.es

Fundamentos científicos: cómo funcionan las vacunas

Para comprender adecuadamente el valor de las vacunas, así como para desmontar mitos sobre ellas, resulta fundamental entender su mecanismo de acción, que se basa en principios inmunológicos bien establecidos.

Las vacunas aprovechan la capacidad del sistema inmunitario para reconocer, recordar y responder a agentes patógenos. Cuando nuestro organismo se enfrenta por primera vez a un patógeno (virus, bacteria, etc.), el sistema inmune desarrolla una respuesta específica contra él, generando anticuerpos y células de memoria que permaneceran alerta para responder rápidamente ante futuras exposiciones al mismo patógeno.

Las vacunas imitan esta primera exposición al patógeno sin provocar la enfermedad, permitiendo que el cuerpo genere esta memoria inmunológica sin sufrir los riesgos asociados a la infección natural.

Existen diversos tipos de vacunas según su composición:

  1. Vacunas de organismos vivos atenuados: Contienen versiones debilitadas del microorganismo que no causan enfermedad pero generan respuesta inmunitaria (ejemplos: sarampión, rubéola, paperas, varicela).
  2. Vacunas inactivadas: Contienen microorganismos completos pero muertos mediante procedimientos físicos o químicos (ejemplos: gripe inyectable, hepatitis A, polio inactivada).
  3. Vacunas de subunidades: Contienen solo fragmentos específicos del microorganismo, como proteínas o azúcares (ejemplos: tos ferina acelular, neumococo).
  4. Vacunas toxoides: Contienen toxinas inactivadas de bacterias (ejemplos: tétanos, difteria).
  5. Vacunas recombinantes: Fabricadas mediante técnicas de ingeniería genética (ejemplos: hepatitis B, VPH).
  6. Vacunas basadas en ARN mensajero: Utilizan fragmentos de material genético (ARNm) para instruir a nuestras células a producir proteínas específicas del patógeno que desencadenan respuesta inmunitaria (ejemplos: algunas vacunas contra COVID-19).
  7. Vacunas vectoriales: Utilizan virus modificados (vectores) para transportar genes del patógeno al organismo (ejemplos: algunas vacunas contra COVID-19, Ébola).

Es importante destacar que, independientemente de su mecanismo, las vacunas no contienen cantidades suficientes de organismos o toxinas para causar enefermedad, pero sí las necesarias para desencadenar la respuesta inmunitaria.

Seguridad y efectividad: el riguroso proceso de desarrollo y aprobación de vacunas

Uno de los argumentos más recurrentes de los movimientos antivacunas es cuestionar la seguridad de estos productos. Sin embargo, las vacunas se encuentran entre los productos farmacéuticos más rigurosamente testados y monitorizados.

El proceso de desarrollo

El desarrollo de una vacuna sigue un proceso científico extremadamente riguroso que suele durar entre 10 y 15 años, aunque en situaciones excepcionales como pandemias puede acelerarse manteniendo los estándares de seguridad. Este proceso incluye:

  1. Fase preclínica: Investigación en laboratorio y pruebas en animales para evaluar seguridad inicial y capacidad de generar respuesta inmunitaria.
  2. Ensayos clínicos divididos en tres fases:
    • Fase I: Pruebas en pequeños grupos de voluntarios (20-100) para evaluar seguridad y dosificación.
    • Fase II: Pruebas en cientos de personas para confirmar seguridad y evaluar eficacia.
    • Fase III: Pruebas en miles o decenas de miles de participantes para confirmar eficacia y detectar efectos adversos poco frecuentes.
  3. Proceso de autorización: Revisión exhaustiva por agencias reguladoras (Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios en España, Agencia Europea de Medicamentos en la UE, FDA en EEUU) que analizan todos los datos de eficacia y seguridad.
  4. Farmacovigilancia (Fase IV): Monitorización continua tras su comercialización para detectar posibles efectos adversos raros.

En España, la AEMPS (Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios) es la encargada de autorizar las vacunas tras un riguroso análisis de su relación beneficio-riesgo, siguiendo los estándares científicos más exigentes.

Eventos adversos y su contexto

Todas las intervenciones médicas, incluidas las vacunas, pueden tener efectos secundarios. Sin embargo, estos son mayoritariamente leves y transitorios (dolor en el lugar de inyección, febrícula, malestar general). Los efectos adversos graves son extremadamente raros.

Para contextualizar: la probabilidad de sufrir una reacción alérgica grave por una vacuna es de aproximadamente 1 en 1.000.000, mientras que el riesgo de morir por las enfermedades que previenen es mucho mayor (por ejemplo, 1 de cada 500 infectados por sarampión puede desarrollar encefalitis potencialmente mortal).

Los sistemas de vigilancia permiten detectar incluso los efectos adversos más infrecuentes. Un ejemplo reciente fue la detección de casos muy raros de trombosis asociados a ciertas vacunas contra la COVID-19, con una incidencia aproximada de 1 caso por 100.000 vacunados. Esto demuestra la eficiencia de los sistemas de farmacovigilancia y reafirma que, incluso en estos casos, el balance beneficio-riesgo seguía siendo ampliamente favorable a la vacunación.

Edward Jenner primera vacunación viruela ilustración histórica
Edward Jenner primera vacunación viruela ilustración histórica

Desmontando mitos: las teorías conspirativas más comunes sobre vacunas

A continuación analizamos y refutamos, con evidencia científica, algunas de las teorías conspirativas más extendidas sobre las vacunas.

Mito 1: «Las vacunas causan autismo»

Esta falacia es quizá la más persistente pese a haber sido completamente desmentida. Se originó en 1998 con un estudio publicado en la revista The Lancet por Andrew Wakefield que sugería una relación entre la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubéola) y el autismo.

La realidad: El estudio de Wakefield:

  • Tenía una muestra minúscula (solo 12 niños)
  • Presentaba graves fallos metodológicos
  • Fue posteriormente retractado por la propia revista
  • Se descubrió que Wakefield tenía conflictos de interés no declarados y había manipulado datos
  • Wakefield fue expulsado del registro médico británico por conducta profesional inapropiada

Desde entonces, múltiples estudios a gran escala, con cientos de miles de participantes, han confirmado repetidamente la ausencia de cualquier asociación entre vacunas y autismo. Destaca especialmente un metaanálisis publicado en 2014 que analizó datos de más de 1,2 millones de niños, concluyendo categoricamente la ausencia de relación (Taylor et al., 2014).

El consenso científico es absoluto: no existe ninguna conexión entre las vacunas y el desarrollo del autismo.

Mito 2: «Las vacunas contienen sustancias tóxicas peligrosas»

Otro argumento recurrente es que las vacunas contienen «toxinas» como mercurio (tiomersal), aluminio, formaldehído u otras sustancias supuestamente peligrosas.

La realidad:

  • Tiomersal (compuesto con mercurio): Utilizado como conservante en algunas vacunas, fue eliminado preventivamente de las vacunas infantiles en España y otros países occidentales en los años 2000, pese a que nunca se demostró ningún daño asociado a las dosis utilizadas. Las vacunas actuales administradas en el calendario vacunal español no contienen tiomersal, salvo algunas presentaciones multidosis de vacunas contra la gripe.
  • Aluminio: Presente como adyuvante en algunas vacunas para potenciar la respuesta inmunitaria. La cantidad de aluminio en las vacunas es mínima, comparable a la que ingiere un bebé alimentado con leche materna durante unos días. El aluminio es el tercer elemento más abundante en la corteza terrestre y estamos constantemente expuestos a él a través de agua, alimentos y aire.
  • Formaldehído: Utilizado para inactivar virus en algunas vacunas. La cantidad residual es ínfima, muy inferior a la que produce naturalmente nuestro propio organismo como parte del metabolismo normal.

Todas estas sustancias, cuando están presentes, se encuentran en cantidades minúsculas, muy por debajo de los niveles de seguridad establecidos, y su presencia responde a necesidades técnicas específicas (conservación, potenciación de la respuesta inmune, etc.).

Mito 3: «Las vacunas continen microchips para el control de la población»

Esta teoría conspiratoria ganó notoriedad durante la pandemia de COVID-19, sugiriendo que las vacunas contendrían microchips para rastrear o controlar a la población, frecuentemente vinculando esta conspiración a Bill Gates.

La realidad: Esta teoría carece por completo de fundamento:

  • Las vacunas son soluciones líquidas transparentes que se pueden analizar en cualquier laboratorio independiente.
  • La tecnología actual no permite la creación de microchips lo suficientemente pequeños para pasar por una aguja de vacunación sin ser detectados.
  • No existe tecnología de microchips que pueda funcionar sin fuente de energía dentro del cuerpo humano.
  • El desarrollo y producción de vacunas está sometido a estrictos controles de calidad y supervisión por agencias reguladoras independientes.

Las vacunas contienen exáctamente lo que indican sus prospectos, información disponible públicamente y verificable mediante análisis independientes.

Mito 4: «Las vacunas debilitan el sistema inmunitario natural» o «Sobrecargan el sistema inmunitario»

Algunas teorías sostienen que la vacunación masiva debilita la inmunidad natural o sobrecarga el sistema inmune, especialmente en niños.

La realidad: La inmunología ha demostrado que ocurre exactamente lo contrario:

  • Las vacunas entrenan y fortalecen el sistema inmunitario, preparándolo para responder eficazmente ante futuras exposiciones a patógenos.
  • El sistema inmunitario humano tiene una capacidad prácticamente ilimitada para responder a antígenos (sustancias que desencadenan respuesta inmune). Un bebé podría teóricamente responder a unos 10.000 vacunas simultáneamente sin sobrecargar su sistema inmunitario.
  • El número de antígenos en las vacunas actuales es muy inferior al de hace décadas, gracias a la tecnología moderna. Por ejemplo, mientras la antigua vacuna contra la tos ferina contenía aproximadamente 3.000 antígenos, las vacunas actuales del calendario infantil completo contienen menos de 200 en total.
  • Un niño está expuesto diariamente a miles de antígenos en su entorno a través del aire, alimentos y objetos que toca o lleva a la boca, lo que supone un reto inmunológico mucho mayor que cualquier vacuna.

Estudios comparativos entre niños vacunados y no vacunados muestran que los primeros no presentan mayor incidencia de infecciones o problemas inmunitarios; de hecho, al estar protegidos contra enfermedades potencialmente graves, suelen tener mejor salud general.

Mito 5: «Las farmacéuticas ocultan los efectos secundarios de las vacunas por intereses económicos»

Una narrativa habitual sugiere que existe una conspiración de la industria farmacéutica para ocultar supuestos efectos adversos graves de las vacunas con el fin de mantener sus beneficios económicos.

La realidad: Este argumento ignora varios hechos fundamentales:

  • Las vacunas están sometidas a un escrutinio científico y regulatorio sin precedentes, con múltiples niveles de control independientes entre sí.
  • Los datos de seguridad son evaluados por agencias reguladoras públicas (como la AEMPS en España) que no tienen intereses comerciales.
  • Existen sistemas de farmacovigilancia independientes en todos los países desarrollados que monitorizan constantemente la seguridad de las vacunas tras su comercialización.
  • La comunidad científica internacional, formada por miles de investigadores independientes, analiza constantemente la seguridad de las vacunas.
  • Las demandas por efectos adversos de vacunas han costado miles de millones a las farmacéuticas, lo que supone un fuerte incentivo económico para garantizar su seguridad.

Además, paradójicamente, las vacunas no son los productos más rentables para las farmacéuticas. Muchas compañías han abandonado la producción de vacunas en las últimas décadas precisamente por su baja rentabilidad en comparación con otros medicamentos de uso crónico. Las vacunas se administran pocas veces en la vida (a diferencia de medicamentos para enfermedades crónicas), tienen precios regulados y requieren enormes inversiones en investigación, desarrollo y control de calidad.

Mito 6: «Es mejor desarrollar inmunidad natural que vacunarse»

Algunos defensores de las teorías antivacunas argumentan que es preferible contraer la enfermedad naturalmente que recibir una vacuna, ya que la inmunidad natural sería supuestamente más duradera y efectiva.

La realidad: Este planteamiento ignora los riesgos asociados a padecer la enfermedad:

  • Contraer enfermedades como sarampión, polio, difteria o tétanos conlleva riesgos significativos de complicaciones graves, secuelas permanentes e incluso muerte.
  • La inmunidad adquirida mediante vacunación ofrece protección sin los riesgos asociados a la enfermedad.
  • Aunque en algunos casos la inmunidad natural puede ser más duradera, no siempre es así. Por ejemplo, la vacuna contra el tétanos genera una respuesta inmunitaria más potente que la infección natural.
  • Las vacunas modernas están diseñadas para optimizar la respuesta inmunitaria, y en muchos casos generan inmunidad comparable a la natural.

Un ejemplo ilustrativo: antes de la vacuna contra el sarampión, prácticamente todos los niños contraían esta enfermedad antes de los 15 años. Aunque la mayoría se recuperaba sin secuelas, aproximadamente 1 de cada 1.000 desarrollaba encefalitis (inflamación cerebral) y 1-2 de cada 1.000 fallecía. En España, con una población infantil de unos 7 millones, esto supondría potencialmente miles de muertes evitables cada año.

Mito 7: «Las enfermedades ya estaban desapareciendo antes de las vacunas gracias a mejoras en higiene y nutrición»

Otra afirmación común es que el descenso en la mortalidad por enfermedades infecciosas se debe principalmente a mejoras en las condiciones higiénicas, nutricionales y sanitarias, y no a las vacunas.

La realidad: Aunque las mejoras en condiciones de vida han contribuido a reducir la mortalidad por enfermedades infecciosas, los datos epidemiológicos muestran claramente el impacto específico de las vacunas:

  • Las gráficas de incidencia de enfermedades muestran caídas drásticas y repentinas coincidiendo exactamente con la introducción de las respectivas vacunas, no con mejoras graduales en condiciones de vida.
  • En países desarrollados con excelentes condiciones higiénico-sanitarias, cuando la cobertura vacunal disminuye, reaparecen brotes de enfermedades como sarampión o tos ferina.
  • Enfermedades diferentes desaparecieron en momentos distintos, coincidiendo con la introducción de sus respectivas vacunas, no simultáneamente como cabría esperar si la causa principal fuera la mejora general de condiciones de vida.

Un ejemplo paradigmático es la poliomielitis, que paradójicamente aumentó su incidencia con la mejora de las condiciones higiénicas en la primera mitad del siglo XX (al reducirse la exposición temprana al virus en condiciones de menor carga viral), y solo comenzó a declinar drásticamente tras la introducción de las vacunas de Salk y Sabin en los años 50 y 60.

Inmunidad colectiva infografía explicativa
Inmunidad colectiva infografía explicativa. Imagen: UNAM

Inmunidad colectiva: protegiendo a los más vulnerables

Un concepto fundamental para entender la importancia de la vacunación masiva es la inmunidad colectiva o «de rebaño». Este fenómeno ocurre cuando un porcentaje suficientemente alto de la población es inmune a una enfermedad, dificultando la transmisión del patógeno y protegiendo indirectamente a quienes no pueden vacunarse.

La inmunidad colectiva es crucial para proteger a:

  • Bebés demasiado pequeños para recibir ciertas vacunas
  • Personas con inmunodeficiencias o bajo tratamientos inmunosupresores
  • Pacientes con alergias severas a componentes de las vacunas
  • Personas mayores con respuesta inmunitaria debilitada

El umbral necesario para lograr inmunidad colectiva varía según la enfermedad, dependiendo de su contagiosidad. Por ejemplo:

  • Sarampión: requiere aproximadamente 95% de población inmunizada
  • Polio: aproximadamente 80-85%
  • Rubéola: aproximadamente 85-87%

Cuando la cobertura vacunal cae por debajo de estos umbrales, se producen brotes que afectan principalmente a no vacunados, pero también pueden afectar a personas vacunadas con inmunidad subóptima. Esto se ha observado en diversos países europeos, incluida España, donde los brotes de sarampión han reaparecido en zonas con bajas tasas de vacunación.

La decisión individual de no vacunarse, por tanto, no es meramente personal, sino que tiene implicaciones para la salud pública, especialmente para los más vulnerables.

El caso específico de las vacunas COVID-19

La pandemia de COVID-19 ha supuesto un desafío sin precedentes para la salud pública mundial y ha acelerado el desarrollo de vacunas utilizando diversas tecnologías. Este proceso ha estado acompañado de una oleada de desinformación y teorías conspirativas.

¿Cómo se desarrollaron tan rápido?

El desarrollo acelerado de las vacunas contra la COVID-19 no implicó atajos en seguridad, sino que fue posible gracias a:

  1. Financiación sin precedentes: Gobiernos y organizaciones invirtieron miles de millones de euros, eliminando las habituales limitaciones económicas.
  2. Investigación previa: Las vacunas no partieron de cero. Existía investigación previa sobre coronavirus (SARS, MERS) y tecnologías como ARNm llevaban décadas en desarrollo.
  3. Ensayos clínicos paralelos: Las fases de ensayos clínicos se solaparon parcialmente, manteniendo todos los requisitos de seguridad pero reduciendo tiempos administrativos.
  4. Prioridad regulatoria: Las agencias reguladoras dieron prioridad absoluta a la evaluación de estas vacunas, reduciendo los tiempos de espera habituales.
  5. Colaboración científica global: La comunidad científica compartió datos y recursos a una escala sin precedentes.

Seguridad de las vacunas COVID-19

Las vacunas contra la COVID-19 autorizadas en España y la UE han demostrado un perfil de seguridad comparable al de otras vacunas, con efectos secundarios mayoritariamente leves y transitorios. Los efectos adversos graves son extremadamente raros:

  • La miocarditis/pericarditis asociada a vacunas de ARNm tiene una incidencia aproximada de 1-5 casos por 100.000 vacunados, principalmente en varones jóvenes, con evolución generalmente favorable.
  • Los eventos trombóticos asociados a vacunas de vector viral tienen una incidencia aproximada de 1 caso por 100.000 vacunados, principalmente en mujeres jóvenes.

Estos riesgos son significativamente inferiores a los asociados a la infección natural por SARS-CoV-2, que incluye riesgo de muerte, COVID persistente, complicaciones cardiovasculares y neurológicas.

Tipos de vacunas diferencias infografía español. Imagen: Medicina y Salud Pública

El papel de las redes sociales y la desinformación

Internet y las redes sociales han transformado radicalmente el acceso a la información sobre salud, con consecuencias tanto positivas como negativas. Entre los aspectos problemáticos destacan:

  1. Cámaras de eco: Los algoritmos tienden a mostrar contenido que refuerza las creencias preexistentes, creando burbujas informativas.
  2. Falsa equivalencia: Se presenta información pseudocientífica al mismo nivel que el consenso científico, creando una falsa impresión de debate legítimo.
  3. Viralización de contenido emocional: El contenido alarmista o emotivo tiende a difundirse más rápidamente que la información rigurosa.
  4. Desconfianza en expertos: Se promueve la idea de que los expertos forman parte de conspiraciones, socavando la confianza en instituciones científicas.

Un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de 2019 mostró que aproximadamente el 5% de los españoles expresaba dudas sobre la seguridad de las vacunas, cifra que aumentó durante la pandemia de COVID-19. Esta desconfianza se correlaciona fuertemente con la exposición a desinformación en redes sociales.

Conclusiones: la vacunación como acto de responsabilidad individual y colectiva

La evidencia científica acumulada durante más de dos siglos demuestra inequívocamente que las vacunas son una de las intervenciones sanitarias más seguras y efectivas de la historia de la medicina. Han salvado cientos de millones de vidas y han permitido controlar o eliminar enfermedades que durante siglos causaron sufrimiento y muerte a escala masiva.

Las teorías conspirativas sobre vacunas carecen de fundamento científico y se basan en malinterpretaciones, datos sacados de contexto o directamente en falsedades. La transparencia del proceso científico, con miles de estudios independientes y sistemas de vigilancia en todo el mundo, contradice la idea de una conspiración global.

Vacunarse no es solo una decisión personal, sino un acto de responsabilidad colectiva que contribuye a proteger a los más vulnerables mediante la inmunidad de grupo. En España, donde disfrutamos de un sistema nacional de salud que ofrece vacunación gratuita según un calendario basado en evidencia científica, tenemos el privilegio y la responsabilidad de aprovechar esta herramienta preventiva.

Como sociedad, debemos fomentar el pensamiento crítico y la alfabetización científica, promoviendo fuentes de información fiables y contrastadas. Solo así podremos tomar decisiones informadas sobre nuestra salud y contribuir al bienestar colectivo.

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